miércoles, junio 26, 2013

Beata María Magdalena Fontaine y 3 compañeras, Mártires


Beata María Magdalena Fontaine y 3 compañeras, Mártires
Junio 26

Las Mártires de Arras

Martirologio Romano: En Cambrai, en Francia, beatas Magdalena Fontaine, Francisca Lanel, Teresa Fantou y Juana Gérard, vírgenes y mártires, que siendo Hijas de la Caridad, durante la Revolución Francesa fueron condenadas a muerte, conduciéndolas al suplicio coronadas con el rosario. 1794

Estas cuatro mártires eran Hermanas de la Caridad de San Vicente de Paul, en el convento de Arras. Fueron:
Beata Magdalena Fontaine, de 71 años. 
Beata Francisca Lanel, de 42 años.
Beata Teresa Fantou, de 47 años.
Beata Juana Gerard, de 42 años.


En plena Revolución Francesa, las cuatro hermanas, de acuerdo con el criterio de su regla, se negaron a prestar el juramento de fidelidad que exigía la Convención a clérigos y religiosas y, por lo tanto, se las apuntó en la lista de sospechososos. Pocos meses más tarde, el 14 de febrero de 1794, fueron detenidas por infidelidad.

El 26 de junio fueron trasladadas a Cambrai, donde se acusó a la Beata Magdalena de ser una "piadosa contra-revolucionaria" y a las otras tres de ser sus cómplices. El Tribunal las condenó a muerte, sin apelación. La madre Magdalena, luego de haber visto rodar las cabezas de sus tres hijas, se volvió hacia la multitud y dijo:

"Oíd cristianos, nosotras hemos sido las últimas víctimas. La persecución se detendrá; las guillotinas serán destruidas y los altares de Jesucristo se levantarán de nuevo, llenos de gloria".

La profecía se cumplió al pie de la letra. Seis semanas después de la ejecución, la matanza con guillotina terminó. Las cuatro hermanas de la caridad fueron beatificadas en 1920.
· María Magdalena Fontaine, nació el 22 de abril de 1723 en Etrepagny e Hija de la Caridad desde el 9 de julio de 1748.

· María Francisca Panel, nació el 24 de agosto de 1745 en Eu e Hija de la Caridad desde el 10 de abril de 1764.

· Teresa Magdalena Fantou, nació el 27 de julio de 1747 en Miniac-Morvan, ingresa en el Seminario de París el 28 de noviembre de 1771.

· Juana Gerard, nació en Cumières el 23 de octubre de 1752, entra en la Compañía el 17 de septiembre de 1776.

La beatificación simultanea de todas estas mártires tuvo lugar el 13 de junio de 1920 por el papa Benedicto XV.
María Magdalena Fontaine y tres compañeras: María Francisca Lanel, Teresa Magdalena Fantou y Juana Gerard son conocidas como las mártires de Cambrai, pues allí murieron víctimas de la Revolución Francesa, el 26 de junio de 1794, mientras ejercían su misión de servicio al pobre.

Cuando comenzó la Revolución Francesa, en la casa de Arras, Francia, las Hijas de la Caridad se consagraban allí a la educación de las niñas pobres, visitas a domicilio y al cuidado de los enfermos. Atendían la farmacia, haciéndose famosas por la eficiencia con que preparaban las medicinas. La comunidad se componía de siete Hermanas. Sor Magdalena Fontaine era la superiora.

La Revolución Francesa marcó profundamente no sólo la historia de Francia sino la del mundo entero. Por la constitución civil del clero quisieron atacar a la iglesia como tal hiriendo profundamente la conciencia cristiana.

En 1789 se confiscaron los bienes eclesiásticos, al año siguiente se declararon nulos los votos religioso y se suprimieron las congregaciones religiosas.. En 1792 la Asamblea Legislativa impuso para todo el clero y religiosos un juramento que llevaba consigo el cisma en la Iglesia de Francia, separándola de la Iglesia Universal.

En 1793 se presentó en la casa de las Hermanas la comisión encargada de requerir el juramento. Las hermanas se negaron a hacerlo y aunque la casa fue registrada no expulsaron a las Hermanas que pudieron continuar al servicio de los pobres.

En Arras se instaló la guillotina en la plaza mayor y en tres semanas fueron 150 las personas decapitadas por negarse a hacer el juramento. El 15 de febrero de 1794 un decreto de prisión fue firmado contra ellas. En el tiempo pasado en la cárcel las Hermanas aportaron un mensaje de resignación alegre, de frases animosas, de rasgos edificantes, transmitiendo la palabra de Dios. Infundiendo valor con su presencia serena y atenta a las necesidades de los demás. De Sor Magdalena Fontaine se decía: “habla siempre como enviada de Dios y goza del don de consolar y reanimar los corazones abatidos” Sor Magdalena había predicho que ellas serían las últimas ejecutadas.

El 25 de junio las Hermanas son sacadas de la cárcel por la noche para ser entregadas al día siguiente al tribunal quien las condenó a muerte por negarse a prestar el juramento. Al escuchar la sentencia las Hermanas contestaron “¡Demos gracias a Dios!”.

En algunas “memorias de la revolución”, al referirse a la muerte de las Hermanas se destaca la adhesión a su religión, su negativa a jurar, su continua oración hasta el patíbulo, sus sentimientos heroicos de fe y amor a Dios”.

El 14 de mayo de 1907 fueron declaradas por la Iglesia Venerables y el 13 de junio de 1920 se celebraron con toda solemnidad las fiestas de la beatificación de sor Magdalena Fontaine y sus compañeras.

Estas palabras de Cristo, han seguido inspirando a la iglesia a través del tiempo, en diferentes circunstancias y culturas.

Lumen Gentium también las asume cuando nos dice:

“Así como Cristo consumó su obra de redención en la pobreza y en la persecución, así la iglesia está llamada a seguir el mismo camino a fin de comunicar a los hombres los frutos de la salvación”.

San Vicente, al enviar a las hermanas a Calais en 1648 en una búsqueda audaz a los pobres, pese a los riesgos y dificultades, las anima así:

¿Y qué vais a hacer Hijas mías? Vais a ocupar el lugar de las que han muerto. Vais al martirio, si Dios quiere disponer de vosotras. La sangre de nuestras hermanas hará que vengan otras muchas y merecerá que Dios con­ceda a las que quedan la gracia de santificarse. Hijas mías, vais entonces a hacer el acto de amor a Dios más grande que puede hacerse y que jamás habéis hecho, pues no hay ninguno tan grande como el acto del martirio”.

Al presentar la vida de las Mártires de Arras queremos agradecer a Dios por el mensaje de fe, de amor, de fidelidad, acompañamiento y solidaridad con los que sufren y que son perseguidos que nos dirigen nuestras herma­nas en este tiempo tan lleno de incertidumbre y en el que no estamos exentas de vivir acontecimientos como los que ellas vivieron en 1794.

El martirio es, en América Latina, un acontecimiento vivido y experimen­tado por campesinos, jóvenes estudiantes, intelectuales, catequistas, reli­giosos, sacerdotes y obispos.

Hoy, quien se decide a vivir a fondo el Evangelio, debe prepararse para el martirio. Para esta disponibilidad gozosa have falta sobre todo fortaleza del Espíritu, oración y fidelidad a sus convicciones. Nuestras Mártires nos hablarán de ello a través de estas líneas.

  
 I. Arras en los orígenes de la Compañía
“La Caridad de Jesucristo Crucificado, que anima e inflama el corazón de la Hija de la Caridad, la apremia a acudir al servicio de todas las miserias”.

Esta obra de las Hijas de la Caridad se remonta a los tiempos de los fundadores.

El 30 de agosto de 1656, Sor Margarita Chétif y Sor Radegunda Lenfantin eran enviadas a la misión de la ciudad de Arras.

Las Damas de la Caridad de París, enteradas del acrecentamiento de “miserables y enfermos” en aquella ciudad, piden a San Vicente que envíe por seis meses o un año a las Hijas de la Señorita Le Gras, recibiendo el apoyo del señor obispo de Arras, Monseñor Moreau.

Al enviar San Vicente a sus hijas a aquel lugar les decía:

“Vais a un pueblo en el que se sirve muy bien a Dios y que es muy caritativo; sí, son buenas gentes, y esto es un consuelo, pues si fuérais con gente mala, sería mucho más duro.

Qué dicha ir a echar los fundamentos e ir a fundar la caridad en una ciu­dad tan grande y entre un pueblo tan bondadoso. Lo primero que haréis es saludar al ilustrísimo señor obispo para pedirle su bendición y recibir sus órdenes…

Viviréis, les dice, vosotras dos solas y nadie más. Os portaréis en todas las cosas como aquí… Hay otras jóvenes como la que os acompaña, que os llevará a los enfermos… No queráis abarcar mucho de un solo a la vez y no les permitáis que se hallen en vuestra habitación cuando tengáis vues­tras oraciones; les diréis desde el principio que necesitáis estar solas, como prescriben vuestros reglamentos y observaréis sus prescripciones con la mayor delicadeza, a menos que os lo impida el servicio de los enfermos y esto, como ya sabéis, es dejar a Dios por Dios”.

Por último, insiste en la exacta observancia de las reglas y prácticas de la comunidad, porque la fidelidad en este punto “es salvaguardia y manan­tial fecundo de divinas bendiciones” y encomendándoles la humildad in­terna y externa, al sufrimiento mutuo y a la caridad recíproca en especial a los enfermos.

Santa Luisa también les recuerda que:

“Han sido instituidas para honrar a Nuestro Señor Jesucristo, su Patrón, aportarán todos sus cuidados para imitarlo en las virtudes que les ha dado ejemplo, sobre todo humildad, la sencillez, modestia y caridad que son las virtudes que componen su espíritu”.

No sin una serie de dificultades las hermanas llegan solas a Arras, pues la joven que les acompañaba murió en el camino “de unas fiebres”.

Estuvieron 15 días en casa de una de las Señoras de la Caridad, luego con las religiosas del convento de Santa Inés. No fueron muy bien recibi­das, antes bien se mofaban de ellas por el hábito que usaban aconseján­dolas que lo cambiasen, a lo que San Vicente se opuso. Gracias a Inés des Lyons, pariente del señor de Barincourt, tuvieron por fin una casa en la parroquia de San Juan, la cual les fue cedida con la condición de que si abandonaban la obra pasaría a los herederos del señor de Barincourt.

La casa se llamó “Casa de caridad” y aún en !a actualidad la calle se llama “calle de caridad”.

En 1657 San Vicente dice:

“De todo corazón bendigo a Dios por el buen estado de la ‘caridad de Arras’ y por el buen comportamiento de su personal, que con tanta edifica­ción presta sus cuidados en el alivio de los pobres. Al saber que la ciudad entera se halla edificada y satisfecha de las Hijas de la Caridad, crece nues­tro consuelo, porque observando fielmente las prácticas de su reducida Com­pañía atraen a sus empleos a su Divina Bondad y le pido aumente sus fuer­zas materiales y espirituales que necesitan”.

II. La comunidad de Arras en el siglo XVIII
“Vivan unidas sin tener más que un solo corazón y una sola alma a fin de que por esta unión de espíritu sean una verdadera imagen de la unidad de Dios”.

En 1789 cuando principió la revolución francesa, la casa de Arras des­pués de 133 años de existencia estaba en plena prosperidad. Las herma­nas se consagraban a la educación de las niñas pobres, párvulos, visitas a domicilio y el cuidado de los enfermos. Atendían la farmacia, haciéndose famosas por la eficiencia con que preparaban las medicinas, además re­partían ayuda económica a los pobres. De este modo toda la ciudad se beneficiaba de su caridad. Las niñas por la enseñanza, los enfermos por la medicina y cuidados especiales, los pobres por su asistencia, los ricos por las visitas que de ellos recibían para reunir donativos en beneficio de los pobres.

La comunidad se componía de siete hermanas.

Sor Magdalena Fontaine como hermana sirviente. Una hermana de “un ánimo varonil, un alma tierna y compasiva”. Toda la ciudad la miraba como a una santa.
Sus compañeras eran: Sor María Lanel, Sor Teresa Fantou, Sor Juana Gerard, Sor Rosa Micheau, Sor Juana Fabrey, Sor Francisca Coutocheaux.
Algunos datos biográficos harán posible un conocimiento personal de estas hermanas que vivieron su entrega total a Cristo en el servicio de los pobres, en comunidad de vida fraterna, durante los años de su juventud, en la fidelidad y serenidad de su edad adulta y al ofrendarla definitivamente en el martirio al atarde­cer de su existencia.

Sor Magdalena Fontaine
Nace el 22 de abril de 1723 en Etrepagny, pueblecito del departamento del Eure. Su padre era un humilde zapatero, llamado Roberto, casado con Catalina Cercelot. El matrimonio se vio bendecido por once hijos, pero muy pronto probado con la muerte de ocho de ellos. La madre también muere, quedando Magdalena de 16 años, Catalina de 8 y Roberto de 3. El padre contrae nuevas nupcias pero a los dos años muere la esposa deján­dole otro hijo, terrible prueba para un padre de familia: ver morir a dos esposas y a diez hijos.

Sabemos muy poco de los primeros años de Magdalena, pero se presu­me que tuvo alguna maestra, ya que los rasgos de su firma eran no sólo legibles sino con buena letra, aún a los setenta años cuando tuvo que fir­mar su declaración ante el tribunal.

En el pueblo había unas religiosas llamadas las Hermanas de Ermemont; y las Hijas de la Caridad, cerca de Hebercourt, tenían un hospital y una escuela. Se ignora también qué movió a Sor Fontaine para ingresar con las Hijas de la Caridad. Se presume que conoció a las hermanas por unas misiones que harían los padres de la Misión en aquel lugar.

En 1748 la encontramos en Hebercourt haciendo su postulantado con las Hijas de la Caridad, no sin antes haber formado a su hermana Catalina en el manejo de la casa. El 3 de julio del mismo año, llega a París para ingre­sar en el seminario. En esta etapa de su vida se empapa de las enseñan­zas de la comunidad, de las doctrinas de San Vicente y del espíritu del ins­tituto, como base de éste había señalado San Vicente la humildad, la cari­dad, la pureza de intención, el amor a la Iglesia, la obediencia al Papa y a los obispos y la confianza en Dios.

Después de vestir el hábito en 1750, fue destinada al hospital de Rebais, allí le encargaron la escuela de niñas pobres. Este hospital estaba viviendo una época de profunda crisis. Las hermanas venían sufriendo las humillan­tes y molestas consecuencias de una intervención continua de sus admi­nistradores, se habían formado dos bandos, tanto entre los administrado­res como entre las hermanas, trastornando con intervenciones, funestas discordias y disensiones aún en el seno mismo de la familia religiosa. A pesar de esta situación, Sor Magdalena vivió en esta casa durante 17 años sin que interviniera en las discordias y siendo respetada por los adminis­tradores y las niñas.

En 1768 la nombran superiora de esta casa, habiendo logrado calmar los ánimos de los administradores y ver reinar en la casa la verdadera vida de familia, en caridad y armonía.

Después de vivir 19 años en Rebais fue trasladada a Arras en donde tra­bajó sin medida por espacio de 25 años, allí la encontró la revolución, dedi­cada por completo a las obras de caridad, logrando imprimir en ellas con su actividad y prudencia un desarrollo que no habían alcanzado desde su fundación.

Sor Magdalena, dice el historiador:

“Hizo de la casa de Arras un hogar tranquilo, una comunidad dichosa, llena de alegría y de calor, en la piedad y el servicio sostendrán la dicha y aumen­tarán el gozo…

Que ruja la tempestad, que soplen los vientos contenidos de la Revolu­ción, el huracán podrá separar los cuerpos y segar las vidas, pero jamás separará las almas, porque la guillotina no toca los espíritus que se unen por los lazos de la caridad y el amor de Dios”.

Sor María Lanel
La Villa de Eu, se encuentra cerca de Ruan, fue cuna de María Luisa de Orleans que más tarde fuera reina de España. Ella quiso enriquecer esta villa con una fundación, para lo cual levantó un hospital y una escuela.

Habiendo conocido en París a las Hijas de la Caridad, las pide para atender esta obra.

Uno de los vecinos de esta villa era Miguel Lanel casado con Juana Hedin. Eran pobres y subsistían gracias a una pequeña sastrería en que trabajaban los dos. Tuvieron cinco hijos, dos de los cuales murieron siendo niños. El 26 de mayo de 1754 moría también Juana Hedin dejando a su esposo con tres niños. María de 9 años, la futura Mártir de Arras, Magda­lena de 7 y Miguel de ocho meses.

El padre volvió a casarse con una joven viuda que tenía dos hijos, pero ésta nunca dio a los huérfanos el amor de una madre.

Probablemente esta situación impulsó a María a pedir permiso a su pa­dre para irse con las Hijas de la Caridad. María había asistido en su niñez a la escuela de las hermanas. De ellas aprendió grandes virtudes que siem­pre cultivó con esmero, el amor al trabajo y la sencillez. A decir siempre la verdad, huyendo hasta del equívoco, como lo demostró más tarde ante el tribunal.

El padre le dio el permiso, le arregló un humilde ajuar y la llevó al hospi­tal de Eu, entregando además una suma de dinero por su hija.

Cuando María tenía 19 años inició su postulantado y luego pasó al semi­nario. Siempre delicada y fervorosa procuró adquirir el espíritu de la co­munidad e impregnarse de las enseñanzas de San Vicente.

Cuando fue enviada a misión se le destinó provisionalmente durante dos meses a Senlis, luego fue a París en donde se llenó de los recuerdos de los santos fundadores y de allí destinada a Cambrai en 1765 en donde permaneció por espacio de cuatro años, enseguida fue trasladada a Arras lugar en que durante 25 años se prodigó en beneficio de todos los pobres de aquella villa, enseñando a los niños y consolando a todos.

Sor Teresa Fantou
Nació en Bretaña. El pueblo bretón, aferrado a sus creencias políticas y religiosas ponía en su defensa todo el entusiasmo de un pueblo vigoroso y de fe. Su vida era tranquila y alegre, alrededor del párroco en cuya casa todos se daban cita.

En la villa que une Normandía con Bretaña y muy cerca de San Malo, vivían Luis Fantou y María Robidou con dos hijos y cinco hijas. Dos hijos y una hija murieron, quedándoles cuatro: María Magdalena, Juana, Carlota y Teresa.

Teresa nació el 29 de julio de 1747 y estudió las primeras letras con una maestra que había llevado al pueblo el señor de Miniac, para que instru­year a las niñas de aquel lugar. Cuando Teresa tenía 14 años llegaron al pueblo las Hijas de la Sabiduría habiendo asistido a sus clases, probable­mente el trato con estas religiosas, despertó en Teresa la vocación reli­giosa. Sin embargo, no se queda con ellas y a imitación de Sor Magdalena, busca a las Hijas de la Caridad.

Las Hijas de la Caridad llevaban 40 años en Plouer, al cuidado de un pequeño hospital. Allí se dirige Teresa para iniciar su postulantado el 29 de julio de 1771, luego parte para la casa madre de París; en ella estuvo un año, tiempo un poco largo para aquella época en que las hermanas salían a los nueve o diez meses de seminario.

En julio de 1772 fue enviada a Ham, en donde trabajó en la escuela de párvulos. Luego en Chauny tuvo las mismas obligaciones y de ahí fue tras­ladada a Cambrai.

En Cambrai encuentra a Sor María Lanel, pero fueron muy poco tiempo compañeras, pues Sor Teresa fue enviada pronto a Arras.

El espíritu de Sor Teresa era delicado, agudo, de fina penetración. Como bretona, poseía un carácter franco y resuelto que le daba cierta intrepidez. Su actitud en el interrogatorio, sus relaciones con la familia siempre lle­nas de gran espíritu de fe, distinguen a Sor Teresa de sus compañeras de martirio.

Sor Juana Gerard
Nació en la villa de Cumieres a 13 kilómetros de Verdún en el valle de Mosa en 1752.

Sus padres Nicolás Gerard y Ana Breda, eran jóvenes aún, cuando ella nació. Eran modestos labradores que cultivaban una granja de las damas de San Mauro, religiosas que vivían en Verdún.

Desde sus primeros años era muy querida y amada de sus padres, con preferencia a todos sus hermanos, ya que era una niña llena de encantos naturales y muy inclinada a la práctica de las virtudes, entre las que sobre­salían la inocencia, poseía una belleza seria, irradiaba salud, un candor natu­ral que brotaba de su rostro, uno de sus biógrafos escribe:

“En este cuerpo tan hermoso había encerrado Dios un alma más bella aún; delicadeza en el sentimiento, firmeza en la voluntad, dominio sobre las pasiones, piedad, amabilidad en el carácter…” y llamaba la atención sobre todo su testimonio de pureza que le hacía desear vivir con Dios, como lo asegura Jesucristo: “Bienaventurados los limpios de corazón por­que ellos verán a Dios”.[10]

Esperando realizar sus deseos se entrega en medio del mundo y en el seno de su familia a las prácticas de piedad y caridad cristiana, la primera comunión, este primer contacto con Jesús en la Eucaristía marcó fuerte­mente su vida, fue para ella de allí en adelante el centro de su vida.

Poco tiempo había transcurrido desde su primera comunión cuando falle­ce su hermana Catalina de 7 años, luego su hermano Nicolás cae enfermo teniendo Juana por ser la mayor, que entregarse a su cuidado. Aún no se habían cicatrizado estas heridas cuando muere la madre.

Teniendo que hacerse cargo del hogar se entrega de lleno a la dirección (le la casa, no sin que crezca en su corazón el deseo de entregarse a Dios.

En esta época, Juan Francisco Pieton, joven lorenés perteneciendo a una distinguida familia, sin atender la desigualdad de fortuna entre ambos, pide la mano de Juana. El joven Pieton insistía en su demanda y el padre, sin querere violentarla, hacía ver a su hija, las ventajas de este matrimo­nio, sin embargo Juana se opone y se mantiene file a su negativa. Más adelante el joven Pieton se casa con su hermana María y ella abandona Cumieres, llama a las puertas de las Hijas de la Caridad que tenían una obra muy grande al servicio de los pobres, allí en el mes de julio de 1776 comienza Juana su postulantado y luego parte a París para el seminario.

Veinte días después de haber llegado a París, muere su padre a la edad de 55 años, dejando a sus hijos en la más completa orfandad. En esta prueba, Sor Juana no desmaya ni compromete su vocación, ya que su her­mana María lleva a su casa a sus hermanos para cuidarlos; a través del dolor se refuerza su fe y amor al Señor porque desde niña se fortaleció en la Eucaristía y la hizo centro de su vida. Luego viste el hábito y es des­tinada a la casa de Arras, en donde trabajó por espacio de quince años. Como había adquirido durante su postulantado conocimientos de farmacia, obtuvo gran reputación en la preparación de medicamentos.

En la casa de Arras Sor Juana encuentra a sus compañeras que serán llevadas al martirio juntamente con ella.

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